A veces me siento como un manojo de manos, de nervios, como un manojo de indecisiones e incisiones en el espacio. Me siento de lado, me siento con las piernas cruzadas, me siento frente al espejo, me siento azul (blue pa' más señas), pero sobre todas las cosas me siento mal. Me siento como la mierda, como un pequeño insecto aplastado por una chola, como una ventana sucia llena de mensajes asquerosos, como un llavero lleno de doble verdades. Con ganas de correr, de caer boca abajo en el asfalto, en la grama, en el tatami, de ser un pastor de nubes. Hoy es uno de esos a veces, uno de esos momentos de amor propio, de prestidigitación existencialista. Hoy no sólo dan ganas de correr, dan ganas de dejar de hacerlo, de abandonarlo todo a la mierda y volverme imágenes, de volverme impostura misma, ganas insaciables de volverme imposible.Es en esos a veces que me encuentro como el grillo iconoclasta, que me encuentro con mis dedos intentando tocarse a sí mismos, intentando reconocerse, tanteando en la oscuridad a su dueño, a sus alrededores. A veces jodedores, a veces de estigma que no dejan que duerma bien, que no dejan que el Eno funcione, que no dejan que la vodka salga de mi organismo y que me hacen abrir esta ventana y seguir cagándola, que me hacen insistir sobre el mismo punto y forzar lo ya roto. Es entonces cuando me siento sobre el teclado y lo palpo mientras escribo, lo tanteo y siento cada tecla presionarse, prestidigito, prestidigitación, prestidigitando, prestidigité.
Y es que nada mejor que sentir con los dedos, que dejar que las yemas se quemen y pierdan sensibilidad, de sentir todo torpe y abrir el sentido de los pies, de las manos, de los 20 dedos. Nada mejor que prestidigitar el mundo, nada mejor que quedar boca abajo y saberse lleno de texturas, simplemente tactil.
P.s.: La imagen es del Che Fernando (el.pibe.que.nunca.pudo.encontrar.su.punch).
